lunes, diciembre 11, 2006

Adios a Pinochet ...

Preparen las copas…
Por Luis Sepúlveda*


Estoy encerrado desde hace tres semanas terminando una novela, sin más compañía que mi perro Zarko y el mar, feliz entre mis personajes, pero desde las primeras horas de hoy domingo empecé a recibir llamadas de mis amigos y amigas de Chile.

“Prepara las copas”, dicen desde mi lejano país. Cada vez que algún o alguna miserable se va a criar malvas, abro una botella de buen vino y brindo con la alegría que produce saber que en el mundo hay un hijo de puta menos. Para el sátrapa, para el asesino, el cínico ladrón, el cobarde, el traidor de Pinochet, tengo dispuesta una botella de Dom Perignon en la nevera. Es un reserva especial y me la obsequió con ese fin mi querido amigo Vittorio Gassman cierta noche de Trieste. “Confío en que la bebamos juntos”, me dijo en esa ocasión, y así será, porque en mi casa hay una copa con su nombre grabado.

Desde la radio, una voz dice que el tirano está francamente mal, y que al parecer esta vez la Parca se lo llevará al infierno de los indignos, aunque los chilenos desconfiamos de todas y cada una de las repentinas enfermedades que lo acometen cada vez que debe enfrentarse a la justicia.

Quisiera estar en Chile entre los míos, y compartir con ellos la burbujeante alegría de saber que por fin se acaba la odiosa presencia del cobarde que mutiló nuestra vidas, que nos llenó de ausencias y de cicatrices. Pinochet no sólo traicionó al gobierno legítimo que lideraba Salvador Allende, traicionó un modelo de país y una tradición democrática que era nuestro orgullo, pero además traicionó también a sus propios camaradas de armas al negar que las órdenes de asesinar, torturar, hacer desaparecer a miles de chilenos, las daba él, personalmente y día tras día. Y como si no bastara, traicionó a sus seguidores de la derecha chilena al robar sin medida y enriquecerse junto a su mafioso entorno familiar.

El ex dictador Paraguayo Alfredo Stroessner murió hace poco en su exilio de Brasil, loco como una cabra, declarando personas non gratas en Paraguay a cien personas al día, cuyos nombres sacaba de la guía Telefónica de Sao Paulo. Pinochet en cambio muere simulando una locura que le permite hasta el último minuto hacer cheques, transacciones internacionales para esconder la fortuna que robó a los chilenos. Muere administrando su botín de guerra y con la complicidad de una justicia chilena sospechosamente lenta.

Deja de respirar un aire que no le pertenece, de habitar en un país que no merece, entre ciudadanos que por él no sienten más que asco y desprecio. Pero muere, y eso es lo que importa.

Su imagen prepotente de “Capitán General Benemérito”, título de ridícula grandilocuencia que se auto concedió, se desvanece en la figura del anciano ladrón que oculta su último robo entre los cojines de la silla de ruedas. Pero muere, y eso es lo que importa.

Antes de volver a mi novela, abro la nevera y palpo el frío de la botella. Luego dispongo las copas con los nombres de mis amigos que no están, de mis hermanos que defendieron La Moneda, de los que pasaron por los laberintos del horror y no hablaron, de los que crecieron en el exilio, de los que dieron todas las batallas hasta derrotar al miserable que nos ensombreció la vida durante dieciséis años pero no nos quitó la luz de nuestros derechos. Con todos ellos brindaré con alegría por la muerte del tirano.

* Luis Sepúlveda es escritor, colaborador de Le Monde Diplomatique y adherente de ATTAC.
http://www.lemondediplomatique.cl/-Luis-Sepulveda-.html
http://www.attac.cl/edicion/index.php